jueves, 25 de febrero de 2010

DE COMO EL CAPITAL NOS HA GANADO LA BATALLA Y DE COMO PODEMOS INTENTAR CAMBIAR EL ESTADO DE LAS COSAS (I)


Nos la declaró en los principios de la década de los 80, cuando la imagen del capital (de los empresarios) estaba muy depauperada y las multinacionales empezaban a mirar a España como un país atractivo para invertir. En esa época la imagen de la izquierda y de los sindicatos era fuerte y muy digna. En el caso de la UGT, había sobrevivido a 36 años de Dictadura, dentro del país en la clandestinidad, y fuera del mismo. CC.OO., nacida de inicio del movimiento asambleario clandestino y muy diverso, porque estaba muy presente en los centros de trabajo a través de la figura del Enlace Sindical, un modo de colaborar con el lavado de imagen del Régimen de Franco, pero una política sindical inteligente desde el punto de vista pragmático, fundado en que el fin justifica los medios. En la transición la Izquierda jugó un gran papel y su prestigio era alto. Asimismo, la distribución de la Renta se había inclinado algo hacia los trabajadores, con incrementos salariales muy fuertes, con grandes conquistas sociales, se promulgó la Ley Orgánica de Libertad Sindical, existió un gran impulso social y de movilización, y sobre todo mucha ilusión.
El Capital decidió reaccionar, y su estrategia fue rotunda. ¿Cómo lo hizo?
1º.- Intentó suavizar su imagen ante los ciudadanos de Izquierda, sobre todo frente a los que más prejuicios mantenían, y frescos, en contra de la Derecha, la anterior Dictadura, y hacia los hijos de ésta. Se empezó a hablar, se inventó, el Centro, creando un partido político liberal pero moderado (UCD), y buscando un líder con buena presencia, buen comunicador, conciliador y buen negociador.
2º.- Decidió empezar a dilapidar la de la Izquierda, empezando por los sindicatos, con unas estructuras entonces débiles pero ilusionadas y con alto grado de militancia y altruismo. La idea fue cuestionada inicialmente en muchos círculos de poder, incluyendo el poder político, y consistió en minimizar la influencia social de los sindicatos. El modelo de relaciones laborales que había que elegir debía necesariamente que propiciar eso, por lo que se optó, una vez valorados los modelos mundiales, por el modelo de representación unitaria (elecciones sindicales), y por la eficacia general de los convenios colectivos. La elección quedó definida, la desconexión y desafección psicológica de los trabajadores con unos representantes que ostentaban por Ley la tutela de los intereses del colectivo, estuvieran afiliados a un sindicato o no. También la desconexión de la mayoría de los trabajadores con la toma de decisiones derivadas de los procesos de negociación de los convenios colectivos. Una insuficiente, demostrado en la práctica, reacción frente a esto la impulsó la UGT, organización sindical que junto con la CNT defendió en la transición democrática el modelo alemán de relaciones laborales. La Ley Orgánica de Libertad Sindical otorgó carta de naturaleza a la representación sindical basada en la afiliación masiva de los trabajadores y la organización del Sindicato dentro de la empresa. Por contra, el Tribunal Constitucional asestó un duro varapalo a los intereses sindicales declarando inconstitucional el cánon por negociación colectiva.
Pero el Capital, apoyados por el poder político, hizo algo más, fue más allá, tenía que llevar su estrategia de domesticación de las voces de los trabajadores hasta las últimas consecuencias, y convertir la desconexión de estos con sus representados en una realidad. Fue entonces cuando las estructuras de los sindicatos empezaron a crecer, y el Capital apareció como sombra y soporte de las organizaciones sindicales de clase, de forma indirecta en los casos de CC.OO. y UGT, y de forma directa en otras organizaciones de clase, desgastadas, fraccionadas y desnaturalizadas. El Capital también provocó la figura del sindicalismo gremial y corporativo, apelando al egoísmo e insolidaridad intersectoriales, y creó y subvencionó directamente a otros “pseudosindicatos” que denominamos “amarillos”. La estrategia marchaba en la buena dirección. La defensa de los trabajadores fragmentada en extremo, los comités de empresa ingobernables por la pluralidad sindical, el sindicalismo anti-asambleario y doctrinario, los sindicatos corporativos, los sindicatos amarillos y los sindicatos más representativos cada vez con la cabeza más grande y el cuerpo más endeble, eran el caldo de cultivo perfecto para, quirúrgicamente, seguir metiendo “tajos” en las mentes de los trabajadores y en sus derechos.
El Capital, en su estrategia de convertir los sindicatos en instrumentos ineficaces, buscó y encontró los sentimientos más oscuros de los trabajadores, desde luego no hablando de la lucha de clases, sino de la lucha dentro de las clases. El Capital, a través de sus Altavoces, rompió la solidaridad intersectorial primero, destacando las diferencias, sobre todo retributivas, entre trabajadores de distintos sectores, y segundo la solidaridad sectorial entre trabajadores que proporcionaban distinto valor añadido al empresario dependiendo de en qué empresa trabajaran. La ambición humana despertó y relegó a las esencias de la Izquierda, la igualdad, la solidaridad, la justicia social y el reparto equitativo de la riqueza. Obviamente los sindicatos no fueron ajenos a esto porque los formaban esos mismos trabajadores que estaban abandonando, sin saberlo, las posiciones que siempre habían defendido.
La acción del poder político, en buena lógica, también entraba en los planes del Capital, que abrió los ojos ante la oportunidad que les presentaba en bandeja El Cambio, la victoria del Partido Socialista Obrero Español en las elecciones generales de 1982. Los mismos trabajadores, otorgando el voto, iban a dirigir otro cambio, pero un cambio hacia el neoliberalismo, la destrucción del Estado Social, el miedo al desempleo, la resucitación de la imagen del empresario como generador de riqueza y empleo, y la creación del estereotipo de que los sindicatos eran reaccionarios ya que se oponían a esas ideas fuerza y al hecho de que cada persona es libre de elegir y decidir sobre su futuro en un mundo capitalista.
El Capital tendió una mano amiga, pero envenenada, a los trabajadores. Les hizo abrir los ojos a un mundo bien distinto al de la postguerra, un mundo en el que iban a tener mucha capacidad de compra, en el que al parecer sin esfuerzo serían dueños de un coche, de una vivienda, podrían evitar la saturación de la sanidad pública contratando seguros privados de asistencia médica (incorporados incluso a la negociación colectiva), podrían enviar a sus hijos a la educación privada, y un sin fín de elementos atractivos que les harían parecer empresarios y triunfadores. Esa estrategia estaba basada en el enriquecimiento del propio Capital a través de la deuda y el crédito. El sometimiento de los trabajadores a estas servidumbres comenzó a hacerlos menos libres y más dependientes, aumentando geométricamente el miedo a un desempleo que llevaría a la ruina a los trabajadores y a sus familias. Por si fuera poco, el Capital quiso convertir y convirtió, por medio de sus altavoces, a muchos trabajadores a la cultura del dinero fácil y rápido, los enganzhó a los mercados de valores. Los trabajadores estaban digiriendo otra pastilla envenenada, poner en grave riesgo sus ahorros y la estabilidad económica de las familias invirtiendo su dinero en la Bolsa.
El Capital consiguió la colaboración del poder político en un sentido, debía convertir y domesticar a los suyos, debía flexibilizar el mundo del trabajo y convertir poco a poco las leyes laborales en más laxas, tendría que retocar el sistema público de pensiones, introducir el despido libre, apoyar los discursos de la Banca y ayudarla a recuperar prestigio social entre los trabajadores, en suma, hacer de España un país más atractivo para invertir y para deslocalizar empresas de otros países de la Unión Europea.
El crecimiento espectacular de España, con algún bache, desde finales de los ochenta hasta casi 2007 se gestó, sobre todo, en la política de moderación salarial, justificada o no, que permitió que los costes salariales y sociales se contuvieran en extremo, mientras las rentas salariales acortaban distancia con respecto a las del Capital en los países del norte y centro de Europa. Asimismo, los sucesivos gobiernos socialistas estaban invirtiendo a marchas forzadas para modernizar el país, vertebrarlo, dortarlo de modernas infraestructuras de comunicación, en suma, preparándolo para el desembarco de la industria y su asentamiento en otros casos. El “milagro” español, pues, se sustentó en los bajos salarios y en la competencia desleal, o “dumping” industrial y social, frente a otros países de nuestro entorno, todo unido a las ingentes cantidades de dinero que ingresaba el Estado a través de los fondos de cohesión, los estructurales, y lo que se recibía producto de la PAC (Política Agrícola Común), que nos premiaba por dejar morir nuestro sector primario.
Los medios de comunicación, sobre todo los de masas, tenían que jugar un papel esencial para el Capital, pero RTVE tenía el monopolio de la televisión generalista y lógicamente no servía como apropiado altavoz de sus intereses. De nuevo el Gobierno ayudó a que el Capital pudiera llegar con sus mensajes a más gente, aun a riesgo de saber perfectamente, como después se demostró, que electoralmente podía pasarles factura. Había llegado entonces la televisión privada generalista, y en abierto. En la prensa diaria emergió el fenómeno del diario “El Mundo”, gestado como verdadera contraposición conservadora al diario de mayor tirada en España y próximo al poder, “El País”. El objetivo del accionariado de “El Mundo” y de los “lobbies” que lo apoyaban estaba claro, el gobierno de España en manos socialista nunca iba a cubrir del todo las aspiraciones del Capital, así que debía necesariamente de producirse un giro político en el país aprovechando el desgaste de más de dos lustros de sucesivos gobiernos socialistas y los casos de corrupción. Y “El Mundo”, apoyado por las nuevas televisiones privadas, cumplieron con su papel.
No contento con ésto, una vez tomado el poder por sus defensores y mayores adalides en el plano político, el Capital fue más allá, profundizando en la estrategia de concentración de los medios de comunicación, acabando poco a poco con la pluralidad informativa en la prensa diaria y las radios privadas, e intentando controlar y poco a poco desmantelar los servicios públicos de información de masas, RTVE y las televisiones autonómicas, nacidas a principios de los ochenta con virtud de la Ley del Tercer Canal. TVE se convirtió, como televisión con más audiencia, en un instrumento absolutamente sectario y entregado a la causa. Asimismo, el Capital al que servía se encargaba a su vez, en su estrategia de futuro desmantelamiento de la esencia del servicio público, de desprestigiar su papel en la Sociedad española aludiendo a su alto coste y al aburgesamiento de sus profesionales, citados constantemente como una casta privilegiada de trabajadores desafectados de su trabajo y con altos salarios. El medio de comunicación de masas que tenía que velar por la esencia del servicio público de información, fomentando el debate y la confrontación de ideas, educando a las masas y haciéndolas reflexionar, ofreciendo productos audiovisuales interesantes, nada rentables desde el punto de vista mercantilista pero mucho en términos sociales, estaba empezando a doblar la rodilla. La voz y el pensamiento únicos tenían que imponerse y los ciudadanos abandonar poco a poco RTVE y entregar sus ojos y sus oídos a las caras y voces del Capital.
La destrucción del Estado Social, cuyos ejemplos se extendían por el mundo, formó parte también de la estrategia del Capital. En esto, la educación de los hijos de los trabajadores era vital, tanto en la enseñanza primaria, en la secundaria y en la Universidad. El auge de las instituciones privadas de enseñanza, los colegios privados, incluso los concertados, las universidades privadas, servían a un fin, seguir haciendo de la enseñanza y la preparación una cuestión de clases, cargando contra la línea de flotación de la igualdad de oportunidades. Para el Capital las sucesivas reformas de la leyes educativas han buscado, con la connivencia de los sucesivos poderes ejecutivos y legislativos, construir un “ejército” de trabajadores poco formados, incultos, sin capacidad de análisis y comprensión, sin vocabulario, abandonados a sus instintos primarios y a reacciones en esa línea, en suma, sumisos y maleables. Esa será para el Capital otro input de la fuerza del trabajo en España. Solo hay que hacer un pequeño cuestionario de cultura general a un estudiante de enseñanza secundaria para darse cuenta de ello.