miércoles, 23 de junio de 2010



JOSE LUIS NO HA AGUANTADO

El 5 de noviembre de 2009 publiqué un artículo titulado "Aguanta, Jose Luis". Pues bien, en junio de 2010 el Presidente del Gobierno de España ha plegado a su país a los intereses del Capital, reformando el mercado de trabajo y sirviendo en bandeja de plata a los empresarios las cabezas de los trabajadores presentes y futuros.

El calado de ésta reforma es lo de menos, lo demás es la maniobra orquestada del Capital contra la Europa del Estado del Bienestar, contra los servicios públicos, contra las pensiones, contra las prestaciones por desempleo y, en especial, contra los tres únicos gobiernos social-demócratas del continente. En suma, la destrucción de la capacidad de intervención de los Estados en la economía y en el destino de los pueblos. ¿Hay alguien que continúe pensando que las cosas pasan por casualidad?

Ya hace mucho, aunque parece que algunos lo han descubierto ahora, que las democracias mundiales bailan al son que toca el Capitalismo Mundial. Este hecho incontrovertido hace que, en realidad, las democracias son una apariencia en sí mismas. Los gobiernos comprometidos, la justicia politizada y los ciudadanos indefensos. No todos los ciudadanos, claro.

El Capital está atacando con todo lo que tiene, pero no sabemos si es la batalla definitiva o preparan otra para dentro de diez, quince o cincuenta años, la madre de todas. En España, como en el resto del mundo, la izquierda está durmiente, situada en trincheras sin alambradas, sin ametralladoras, sin granadas de mano, sin apoyo aéreo, sin esperanza, sin rumbo. Los líderes ya no existen, las conciencias ya no se aglutinan, la ideología duerme el sueño de los justos. Las palabras Capital, redistribución equitativa de las rentas, sindicato, justicia social, clases, se han demonizado y nosotros, los ciudadanos de izquierda, hemos puesto nuestro gran granito de arena.

¿Cabe en estos momentos un rearme moral de la izquierda y de la clase trabajadora? Sí, pero es necesaria una catársis colectiva, y el miedo tiene que ir en sentido inverso al que pretende el Capital. Debemos tener miedo de verdad a que los sindicatos, última línea de defensa entre el banarerismo y la Europa Social, queden heridos de muerte. Debemos tener miedo de verdad a que los salarios de nuestros hijos sean, a medio plazo y comparativamente hablando, la mitad de los que cobramos ahora. Debemos tener miedo de verdad a que el mercado de trabajo en Europa se convierta como el de Estados Unidos. Debemos tener miedo de verdad a que los gobiernos de Europa vendan los sistemas públicos de pensiones al Capital. Debemos tener miedo de verdad a que desparezcan las prestaciones por desempleo. Debemos tener miedo de verdad a que desparezca la tutela judicial efectiva. Debemos tener miedo de verdad a que desparezcan los convenios colectivos sectoriales. Debemos tener miedo de verdad a que desparezca la ultraactividad de los convenios colectivos cuando expiran. Debemos tener miedo de verdad, en suma, a que la fractura social entre la clases dominantes y los trabajadores se agrande hasta niveles de la Edad Media.

Si algún trabajador sigue pensando que opornerse a ésto no merece la pérdida de un día de salario, o dos, o veinte, tenemos un gravísimo problema. En nuestra mano está invertir esta tendencia pero cambiando de discurso, radicalizándonos y hablando en el lenguaje del ciudadano de a pié. En España, la reforma laboral es la punta de lanza, bueno, antes lo ha sido la bajada de salarios de los empleados públicos junto con el anuncio de la congelación de las pensiones en 2011, pero las amenazas que penden sobre las cabezas de los más débiles, de los asalariados, son de una magnitud que produce vértigo.

Cualquier trabajador que aspire a no pasar por esta vida sin pena ni gloria debe ser, a día de hoy, un activista impenitente contra la reforma laboral, que no es sino parte de una Reforma Global de la Sociedad, en particular de los últimos reductos del Estado Social. Debemos apelar al innato egoísmo de las personas, también de los trabajadores, para convertir todas y cada una de las conciencias a la causa. Que no lo hagan por los suyos, por sus hijos, sino que lo hagan por ellos mismos. Que no sea demasiado tarde para reaccionar.