miércoles, 17 de agosto de 2011

CRISIS PLANIFICADA

Las crisis económicas, las recesiones y las depresiones pueden advertirse, y son advertidas a tiempo siempre. La ausencia de medidas para evitarlas es muy lucrativa para unos pocos, poco más de 1.000 personas en todo el mundo. Las causas de las guerras, las revueltas sociales, el terrorismo, se justifican en la religión, el fanatismo, la raza. La invasión de Irak y Afganistán se justifican con la libertad y la democracia. La austeridad es necesaria para salir de la crisis. La corrupción, los salarios de los funcionarios, que los extranjeros vayan mucho al médico, los salarios de los servidores públicos, los sindicatos, la corona, los partidos políticos. ¿Se para alguien a pensar a quienes benefician que interioricemos todos estos dogmas y debates improductivos que desvían nuestra atención del verdadero drama? Y, ¿cual es el drama? Que el desempleo, la pobreza, la miseria, el hambre y la muerte se extienden por el globo, y que todo ello está milimétricamente planificado.

LA AUSTERIDAD. LO CONTRARIO DE LO QUE NECESITAMOS

La austeridad es mala para los negocios, como bien saben los empresarios. Es un obstáculo para la recuperación de la economía y el consumo. Por cada euro de reducción de gasto por las administraciones públicas, 1,5 euros salen de la economía real. Igual con respecto al techo de gasto y el techo de deuda. Usted, ciudadano, ¿sabe por qué es necesario e imprescindible establecer un techo de gasto y de deuda? ¿Se lo ha explicado alguien? Pues no lo tenga por dogma de fe. No, no vale decir que todos nos engañan, porque los que tienen los instrumentos para urdir los engaños masivos no salen por televisión ni se sientan en las instituciones. La austeridad conduce al desastre. Las clases populares somos, estamos siendo, extorsionados, chantajeados y sometidos. Todo con la excusa del empleo (¿qué tipo de empleo?), la salida de la crisis (crisis, ¿qué crisis?) y el mantenimiento del estado del bienestar (o, como nos dicen, el que sea sostenible).

jueves, 11 de agosto de 2011

LA GUERRA SOCIAL

Asistimos en la actualidad a profundos cambios geopolíticos, sociales y económicos. Unos cambios que no son fruto de la casualidad sino de una planificación medida por el capital tendente únicamente a maximizar su poder y su patrimonio a través de la fórmula más rápida y fácil, el deterioro del valor del trabajo en todo el mundo. Y afirmo que es la fórmula más rápida y fácil porque es la que menos contestación social suscita en los países con tejido social más desarrollado, pero fuertemente deteriorado. Países en los que los tejidos sociales familiares aún pueden seguir absorbiendo situaciones de necesidad, de desempleo y de pérdida de capacidad de compra. El consenso en el mundo desarrollado alcanzado tras la II Guerra Mundial, por el que el capital debía tender la mano a los trabajadores como fórmula de evitar que éstos, masivamente, acabaran potenciando regímenes comunistas y abrazando desesperadamente sus modos, concluyó con la caída del Telón de Acero. Desde entonces, y aunque no nos hayamos dado ni cuenta, se abrió una nueva era. La era del desmantelamiento del Estado del Bienestar y la era de acabar con los movimientos que debían presentar resistencia a este plan. Ronald Reagan y Margaret Thatcher fueron, en los años 80, los arietes del capital. Ahora son los gobiernos de todos los países del mundo desarrollado. Este plan se implementa, no por casualidad, con mas fuerza en Europa.

Las clases populares de estos países asumimos, casi sin rechistar, estos cambios y el empobrecimiento de la mayoría como un mal menor, y lo hacemos con la esperanza de que eso ayude a reactivar el empleo y la propia economía. La situación es tan dramática que las ideologías parece que no existen o que se han hecho desaparecer de un plumazo. La base social de los movimientos organizativos de la izquierda tradicional, abandona el barco desesperada por la ausencia de perspectivas. Los dogmas del pensamiento único van calando profundamente en ellos y la contrainformación no fluye, lógicamente, por los medios de comunicación de masas. Los sindicatos de clase, en todo el mundo, parecemos arrinconados y inadaptados a los cambios que ha operado el postfordismo (feminización del trabajo, énfasis en el consumo, primacía del sector servicios, globalización de los mercados financieros, etc).

La realidad puede superar la ficción. Por ello, nadie puede plantear con conocimiento de causa que esta realidad no pueda transformarse, pero hay que ponerse a ello. Todo puede cambiar, tan solo es una cuestión de voluntad, oportunidades, y tiempo. Aquí es cuando surgen opiniones para todos los gustos y cuando pueden ponerse en práctica diferentes iniciativas desde la izquierda plural, probablemente más dividida que en los años 30 del siglo pasado. Con seguridad, todo deberá empezar por los cimientos. Por la toma de conciencia del sentido de pertenencia a una clase (las clases dominantes lo tienen muy claro), por la formación ideológica en sentido amplio, por la explicación, la transparencia y la cercanía.

Si hablamos, escribimos, y no se nos entiende, el problema es nuestro. Si cada vez los sindicatos de clase somos más necesarios, y quienes tienen que percibirlo no lo hacen, el problema es nuestro. Si no sabemos desmontar las tesis neoliberales, que nos ven como un problema, que minan nuestra imagen y ponen en cuestión nuestro papel, tenemos un problema.

Puede que la crisis no sea pasajera, puede que esto no sea un paréntesis sino una nueva era. Una era en la que si el sistema capitalista no aprecia una seria amenaza, nada cambie. La cuestión es el margen de tiempo que los que manejan el mundo creen que pueden tener para seguir empobreciendo a la mayoría, y cuando reaccionaremos en serio contra todo ello, unidos y sin desangrarnos entre nosotros.